Culiedades #1: El chicle

Salí a carretear. Compré chicles porque no me gusta andar con el hocico hediondo. Me metí un chicle a la boca pa' pasar el rato en el metro hasta la universidad. Llegué, me curé y el chicle lo boté por ahí en un lugar X.

Horas después me doy cuenta que tengo un chicle pegado en el calcetín. Puta la weá, pienso.

Panorama: Yo, a las 4 de la mañana, media curá y con bajón, parada en un lavaplatos ajeno con hielo tratando de sacar el chicle de mis calcetines. Entonces, haciendo memoria de la noche para averiguar de dónde salió el chicle, la realidad me golpea como un ladrillo en la cabeza:

El chicle era mío. 

Recuerdo que lo pegué en un escalón del patio, que estaba con mis amigos conversando, que estaba un poco hiperventilada y que lo más probable era que el pequeño bastardo de menta se hubiese pegado en mi calcetín en ese transcurso de tiempo.

Pero el horror no termina ahí. Me saqué el pantalón para acostarme, y tenía chicle pegado en el pantalón. Más horror: tengo chicle pegado hasta en los tobillos.

He llegado a un nuevo nivel de indignidad post-carrete.
Eso me pasa por ordinaria, por andar dejando el chicle en cualquier parte.
Karma you little bitch.
Juro que nunca más.

What goes around comes around.


Dedicado a Mical por ser testigo de este chascarro.

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