Ícaro

Cuando era joven de edad mi madre me dijo un día: "niña, sé sabia y no vueles muy cerca del sol", y así como he fallado en muchas cosas en mi vida, fallé también en hacerle caso esa vez. No sé muy bien por qué. Quizás es porque tengo la cabeza llena de aire y por eso mis pies se elevan del suelo, o quizás es por mi ansia de ser ese uno que tocase el sol con las manos desnudas y no prendiese fuego como una viruta. 

Qué infame a veces la arrogancia que viene junto con la juventud. Miserable la fantasía de creerse inmortal, de asumir que nunca vas a padecer los infortunios de la vida adulta, o de dar por hecho que los problemas de la vejez son sólo de ellos y no de uno. Quizás haga falta un buen golpe para despertar del sopor de ser tan imberbe y pajarón, o tal vez un pinchazo de aguja en la sien sirva para desinflar de una vez esta cabezota llena de helio; y sí, es cierto: soy tan arrogante como mis pocos años me lo permiten -e incluso más por característica propia-, pero me aterra pensar que el futuro ya está escrito y la tinta está seca desde el momento en que puse un pie en este mundo. ¿Es la vida algo más que una serie de sucesos preconcebidos? ¿Está ya todo planeado para mí? ¿Se está sembrando ya la enfermedad que me va a matar algún día? ¿Tengo forma de evitarlo?

¿A dónde voy con esto? Como en todo, probablemente a ningún lado. No todo andar tiene un destino. A veces uno camina,
y camina,
y camina, 
y camina, 
y camina, 
simplemente porque sí. Por el gusto de saberse vivo y en movimiento. Por la alegría de tener expectativas, por simples que sean. Algunos lo hacen por inercia, casi con resignación, pero avanzan de todos modos aunque preferirían estar tres metros bajo tierra -o eso dicen-. Eventualmente, se llega a algún lado. No importa dónde. Cualquier parte sirve a un perro vagabundo. Asimismo, es normal esperar cualquier cosa de la vida, de uno mismo, de otros. Está bien llenarse la cabeza de pájaros e hincharse el pecho con cuentos, sobre todo si se es joven, porque es la única manera de querer emprender el viaje. ¿Para qué caminar si no se tiene la esperanza de finalmente obtener algo a cambio, de llegar a puerto seguro? Algunos como yo tenemos la convicción que siempre hay que buscar el lado realista-positivo de las cosas -y uno sabe que son patrañas, pero como todo en esta vida es mentira, es mejor mentirse para sentirse bien-. Y de eso se trata finalmente todo el asunto, amigos míos: de avanzar.

Es normal ser joven, querer tocar el cielo con las manos y no arder. Es lógico que a uno se le derritan las alas en el proceso, y es válido querer intentarlo una y otra vez. Al menos, al contarlo, es más heroico que decir que a uno se le mojaron las alas por volar muy cerca del mar. Es mejor quemarse los dedos y morir asado, que jamás saberse vivo del todo, o a esperar a que la enfermedad que estoy cultivando acabe conmigo. Es preferible morir, a nunca saber si uno será ese uno que toque el sol.

Y supongo que, nuevamente, estoy ignorando los consejos de mi madre.

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