El día que marqué territorio en la pampa del Tamarugal

Les contaré una anécdota de la que me acordé ayer, en pleno carrete, porque tiene que ver con pipí. 

El año 2010 el hombre de la casa decidió que sería una suculenta idea irnos a vivir al campo, específicamente a Batuco. Ese año pasó de todo, pero la guinda de la torta fue que justo el día de Navidad nos entraron a robar a la casa, mientras nosotros estábamos en casa de mi abuela pasando las penas fiestas.

Entre las cosas que robaron ese día, er mardito se llevó una pistola que mi papá guardaba bajo siete llaves, siempre en caso de, para proteger a su manada.

Dos años después papá recibe una llamada a las dos de la mañana de los señores carabineros. Conchetumadre, pensamos, porque cuando te llaman pasado las 12 nunca es algo bueno. Revisé mi agenda de contactos mental para ver quién podría ser el finado/detenido; y na' po. Habían encontrado la pistola en la frontera con Bolivia.

Habían dos opciones: Ir a buscarla a Pozo Almonte (Provincia del Tamarugal, cerca de Iquique), o dejársela encargada a un misterioso pariente de mi papá, en La Serena, que por lo que supe era medio tocaito de la cabeza. Como el trámite tenía que ser hecho en súper poco tiempo a partir de la llamada, la semana siguiente mis papás decidieron ir a buscarla; y yo, que prefería que me encerraran en un calabozo por el resto de mis días a quedarme con mi abuela, me colé en el viaje.

Partimos un día en la mañana, muy temprano, y anduvimos día y noche, con descansos intermitentes de dos horas. Yo, que pude dormir un poco más, acompañaba a mi papá durante la noche hasta bien entrada la madrugada, y esos días de andar por la carretera los sobrevivimos principalmente gracias al café de la Copec

Como saben, el café tiene agua y el agua te hace mear; y yo tomé mucho café, y tenía mucho pipí en mi ser, porque entre una Copec y otra hay laaaaaaaaaarga distancia. Le dije a mi mamá, solemnemente: "Mamá, quiero hacer pipí", y ella me respondió "Espera un rato hasta que veamos algo". Por la chucha.

Pasaron dos horas y nos encontramos con un local para camioneros, y lógico, había muchos camioneros. MUCHOS. Mi mamá me tomó de la mano y me dijo "ni cagando haces pipí acá", y yo, viendo el panorama como estaba, le di toda la razón. Volvimos al camino.

Media hora después,cuando atravesábamos la pampa del Tamarugal, casi al borde de la desesperación, le dije a mi papá: "Papá, para el auto, ya no soporto más esta weá". Él me miró como si me hubiese vuelto loca, pero me hizo caso porque -supongo- intuía para dónde iba la cosa. En fin. Paró el auto y yo abrí la puerta del copiloto y la mía, me puse entre las dos puertas y solté todo. El momento más glorioso de mi vida entera.

La felicidad de Edipo Rey cuando logró afilarse a su madre no era nada comparada a la mía en ese momento.

Finalmente, hice lo mío y volvimos a movernos; y mientras miraba por la ventana el amanecer nortino, aliviada y más feliz que perro con dos colas, pensé "acabo de mear en la pampa"; y me sentí, extrañamente, demasiado orgullosa de esa wea. Sigo orgullosa de eso. No todos la pueden contar.



Oh sí.
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Esta historia es 100% real. 

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